Ojo por ojo | Álvaro Cueva
A mí, como a usted, me interesa que nuestros hijos reciban la
mejor educación, me molestan los bloqueos y me aterran las historias
como la del bar Heaven.
Yo, como miles de personas, he padecido en carne propia los estragos
de todo lo que ha salido en las noticias de la capital del país en
estos días.
Ya no sé si reír, si llorar o si agarrarme a golpes con la gente en
las calles. Es imposible mantener la calma cuando vas del inicio del
ciclo escolar a los temblores y de las marchas a las deudas. Es
imposible.
Jamás acabaría de contarle todo lo que he visto, todo lo que he
vivido. Y eso que yo no me enteré del asesinato de algún familiar por
los medios de comunicación. Y eso que yo no usé el aeropuerto el viernes
pasado.
Pero, ¿qué le parece si enfriamos la cabeza y vemos más allá de
nuestra rabia y de las cosas que se han estado diciendo en la mayoría de
los medios tradicionales?
Creo que nos estamos equivocando, como con la mayoría de los temas de la agenda nacional.
Lo que están peleando los maestros de diferentes estados en la Ciudad
de México no es una reforma educativa, es una reforma laboral, su
reforma laboral.
Que me perdonen mis amigos diputados y senadores, pero lo que ellos
están modificando no tiene nada que ver con lo que están diciendo.
Una reforma educativa sería unir a las secundarias con las primarias
en la creación de un nuevo esquema escolar básico de nueve años u
obligar a los niños a pasar todo el día estudiando en sus planteles.
Lo que se ha estado cambiando va por otro lado; tiene que ver con los
maestros, pero no con ayudarlos, sino con juzgarlos, con culparlos,
con castigarlos, con cambiarles sus prestaciones, sus derechos, sus
obligaciones.
Por supuesto que están furiosos. ¿Usted estaría muy contento si hoy
le dijeran, por ejemplo, que le van a quitar su aguinaldo, que le van a
condicionar su sueldo a una evaluación y que todo el tiempo que tiene
laborando en una empresa no le va a servir de nada a la hora de
jubilarse?
¿Usted estaría de acuerdo si, cuando comenzó a trabajar, le juraron
que siempre le iban a dar aguinaldo, que siempre iba a cobrar un sueldo
interesante y que, al final de equis número de años, lo iban a jubilar
con una jugosa pensión?
Esos miles de maestros que usted ve bloqueando las calles del
Distrito Federal tienen el coraje que millones de trabajadores de otras
industrias no hemos tenido en los últimos años.
Ellos están peleando lo que les prometieron cuando firmaron, cuando
comenzaron a trabajar, cuando compraron o cuando heredaron su plaza.
Punto.
Sí, suena horrible que se compren, se vendan o se hereden plazas de
maestro, como se compran, venden y heredan plazas en muchos otros
ámbitos de nuestra vida nacional.
Pero la culpa no es de los maestros, es de la gente que está arriba de ellos.
¿Por qué, en lugar de atacar, culpar y castigar a los maestros, no
atacamos, culpamos y castigamos a los responsables de esta situación?
¿Por qué, en lugar de vincular la supuesta mala educación que tenemos
en México con los maestros, no la vinculamos con los funcionarios que
metieron en esa trampa tanto a nuestros hijos como a esos trabajadores?
¡¿Por qué?!
¿Quiénes son? ¿De qué partido? ¿Dónde están? ¿Cómo viven? ¿Quién les
dedica una nota? ¿Quién les hace un reportaje? ¿Quién obliga a la
ciudadanía a mentarles la madre en medio de un congestionamiento vial?
¡¿Quién?!
La próxima vez que a usted, por ejemplo, le cambien la razón social
de la empresa donde deja sus recibos de honorarios para que no pueda
hacer antigüedad y para que jamás tenga derecho a nada, acuérdese de
estos maestros que, a diferencia de nosotros, sí se unen y no se dejan.
La próxima vez que le digan, entre otras cosas, que la educación en
México es mala y que es así por culpa de los maestros, pregunte en otros
países qué les enseñan a sus niños y si acaso alguien se atreve a
culpar a los maestros de lo que está pasando.
Esto, como lo del bar Heaven y como la ausencia de una autoridad que
se haga cargo hasta de resolver los conflictos más básicos de un lugar
como la Ciudad de México, es un asunto de poder, de ver quién perjudica a
quién mientras la ciudadanía permanece indefensa, abandonada y
confundida hasta en el manejo de términos como el de la reforma
educativa. ¿A poco no?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.